El Desafío Total de la ciencia rusa

Arnold Schwarzenegger ha llegado a Moscú y lo ha hecho desde el futuro, como el cyborg de la saga 'Terminator'. Llega del futuro, porque futuro es precisamente lo que se cuece en las ollas, cabezas y cerebros de Sillicon Valley, en California, la mayor concentración de industrias de alta tecnología del mundo, en la que Rusia se inspira ahora para crear su propio redil científico-tecnológico.

La quimera se llama Skolkovo y va a requerir inversiones de entre 4.400 a 4.800 millones de euros para los próximos tres o cinco años, dijo ayer un corrillo de periodistas Viktor Vekselberg, el oligarca que encabeza el proyecto. Faltaban pocos minutos para que Arnold Schwarzenegger entrara en escena en las instalaciones de la escuela empresarial ubicada en el mismo prado donde echará raíces Skolkovo, el mayor sueño científico ruso desde la caída de la Unión Soviética que busca diversificar la economía, supliendo con tecnología punta la excesiva dependencia de las exportaciones de petróleo y gas.
Transcurridos veinte años del desplome comunista,  Rusia quiere sacar músculo en el tatami científico y para oficiar su salto al futuro ha invitado a Schwarzenegger al solar de Skolkovo, joya de la corona de la tan cacareada "modernización" del presidente ruso Dimitri Medvedev, entusiasta de las nuevas tecnologías y las redes sociales.
"Es un gran visionario". Así fue como llamó el gobernador de California a Medvedev durante la mesa redonda que reunió a representantes de empresas punteras de Sillicon Valley (Google, Intel o Microsoft) con una delegación rusa encabezada por Vekselberg, que en 2004 cobró fama cuando adquirió a golpe de talonario los huevos Fabergé de los zares Romanov antes de que salieran a subasta en Sotheby's, y se los entregó todos y en la misma cesta a los museos del Kremlin.
Con dos sortijas que a Tutankamon le caerían como anillo al dedo y un reloj gigante talla Robocop, Schwarzenegger compareció y 'disparó' primero: abrió una botella de agua con gas que llevaba en la mano y afloró un surtidor inesperado que le caló la camisa, después de lo cual se mojó de verdad y -con la vista puesta en futuras inversiones- dijo que "Skolkovo será bueno para California y para Rusia" (en este orden).
En los pasillos del edificio, una empresa aprovechaba el momento para, bajo la carpa de Skolkovo, mostrar a todos un 'laboratorio de bolsillo', un aparato que permite calibrar la composición de pastillas y medicamentos con análisis espectrales. "No acabo de ver claro su utilidad", dudaba un miembro de la delegación californiana.
Moscú reconoce que la comercialización es la asignatura pendiente de la ciencia rusa, a la que nunca le faltaron cerebros: basta revisar un manual de historia de las matemáticas para demostrarlo científicamente.
Para llevar a cabo su ambicioso plan, el Kremlin quiere generar una corriente opuesta a la fuga de cerebros y atraer a Skolkovo a científicos y empresarios extranjeros, lo que choca de frente con aquel progreso a puerta cerrada y de espaldas a Occidente que desarrolló la URSS.
Ciega y visionaria, la ciencia soviética exprimió los talentos individuales en pos de una causa: demostrar con probetas, cohetes y ecuaciones de tercer grado la supremacía del comunismo sobre el capitalismo.
Tras visitar Moscú en 1957, Gabriel García Márquez escribió que  "los obreros soviéticos estaban convencidos de haber inventado muchas cosas que se encuentran en servicio desde hace muchos años en Occidente". Y advertía con humor: "si alguna vez un turista occidental se encuentra en Moscú con un muchacho nervioso y despelucado que dice ser el inventor del refrigerador eléctrico, no debe tomarlo por un embustero o por un loco: muy probablemente, es cierto que ese muchacho inventó el refrigerador eléctrico en su casa, mucho tiempo después de que era un artículo de uso corriente en Occidente".
Ahora, en el mundo globalizado y cartografiado por google,  cuando los tanques del Ejército Rojo ya no tiran del carro de la ciencia soviética, el debate científico en torno a Skolkovo pasa por la elección entre copiar o innovar tecnología. "Occidente avanzó mucho en sus innovaciones. Si nosotros empezamos desde cero, no los alcanzaremos", declaró la semana pasada Mijail Abizov, director del 'Grupo E4', la mayor empresa de ingenieria rusa, en un debate con los promotores de Skolkovo. Frente a esta posición partidaria de importar tecnología antes de innovar, se erige Vladislav Surkov, vicejefe de la Administración Presidencial. "No es necesario copiar nada. Lo único que conseguiremos es hacerlo peor", asegura.
"El futuro empieza hoy" es uno de los lemas que puede leerse en los folletos de la escuela de empresarios de Skolkovo, en el distrito Mozhaiski, al oeste de Moscú. Las líneas del colosal edificio, compuesto de varios bloques rectangulares apoyados en un módulo circular, tiene connotaciones soviéticas. Como el mismo proyecto, que -según sus criticos- peca de utopismo y quijotismo.
Con tecnología punta en astillero, el Kremlin se obceca en recuperar el liderazgo científico perdido tras el estancamiento tecnológico de los 70 y la perestroika. Y lo hace movido por esa misma fe utópica que en los años 50 y 60 permitió a la cosmonáutica soviética tocar techo con un triple salto: el lanzamiento del Sputnik y de la perrita Laika en 1957 y del primer cosmonauta Yuri Gagarin en 1961 desde el cosmódromo de Baikonur, en las estepas peladas de Kazajistán.
El pasado junio Medvedev visitó Sillicon Valley. Desde que Schwarzenegger le dijo entonces "hasta la vista", apenas han pasado tres meses de verano al rojo vivo (con miles de incendios devastadores en Rusia Occidental) y una espía rusa pelirroja deportada y portada de todos los periódicos (la ex agente Anna Chapman trabaja ahora en un banco ruso vinculado a la industria espacial). La premura del gobernador por devolver la visita a Medvedev demuestra el interés del colectivo científico y empresarial estadounidense por involucrarse en el sueño ruso. Anatoli Chubais, el padre de las privatizaciones de los años 90 y director de Rosnano, el monopolio de nanotecnología adelantó ayer que Rusia espera ya la concreción de varios proyectos norteamericanos en esta esfera por un valor de "mil millones de dólares".
Arnold Schwarzenegger entra con paso robótico y mandíbula tensa en las instalaciones de un complejo científico ruso a las afueras de Moscú... A mediados de los 80, esta frase podríamos haberla leído en el e lvideoclub, en la carátula de una cinta VHS de una típica película de la Guerra Fría como 'Danko: Calor Rojo' (1988) en la que el actor de origen austriaco interpretó a un policía soviético. Precisamente para rememorar el rodaje de aquella cinta (la primera película de acción estadounidense que se permitió rodar en la Plaza Roja), Schwarzenegger descendió el domingo al metro de Moscú y viajó en un vagón atestado entre Teatralnaya y Novokuznetskaya.
"Ya no vemos a Rusia como un enemigo, si no como un amigo", dijo Schwarzenegger, al que Medvedev paseó en un 'Chaika', reliquia de la automoción soviética, en su residencia de Gorki (entre los destartalados vagones azules del metro de Moscú y el cochecito seguro que Schwarzenegger acabó añorando el futuro cyborg).
Medvedev, que intercanmbió el domingo twitters con Schwarzenegger, le dejó usar su gimnasio, e incluso le invitó medio en broma a ocupar la alcadía de Moscú, vacante de forma provisional tras el despido fulminante de Yuri Luzhkov.
La química entre ambos mandatarios fue total, más allá de los laboratorios e instalaciones científicas. Durante la mesa redonda en Skolkovo, el ex actor de películas futuristas lanzó una mirada al pasado y evocó el Fuerte Ross fundado por los rusos en California (1812-1841). Según explicó, una vez se declaró un incendio en San Francisco y marineros rusos de ayudaron a apagar las llamas. La mancha de agua rusa con gas que Schwarzenegger se llevó en la camisa fue una señal evidente de que aquel afecto histórico sigue siendo 'fluido' (en todas las acepciones del término).


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